Extender la educación a la sociedad, construir el Estado docente, defensa de la República, fue uno de los principales objetivos que se plantearon aquellos hombres y mujeres, miembros de la “República de intelectuales” orteguiana. Cómo toda construcción, el trabajo se empezó por los cimientos, en este caso, por la enseñanza básica: la escuela. Antes incluso que la Constitución de 1931 consagrara en sus artículos, especialmente en el 48, las características de la nueva escuela republicana pueden resumirse en un lema: “Más escuelas y mejores maestros”. Se trataba, pues, de diseñar un plan global y coherente que relacionara la reforma escolar con la formación del magisterio.
Escuelas y maestros comprometidos en una educación pública, gratuita, laica, activa, organizada según el modelo de la Escuela Unificada, que hacía del trabajo el eje de su formación, que permitía la enseñanza en la lengua materna, y que educaba en y para la solidaridad. No son, ciertamente, originales de la II República estos presupuestos porque proceden de la Institución Libre de Enseñanza, de la Escuela Moderna, del socialismo, del nacionalismo, pero sí que lo es la síntesis realizada y, sobre todo, el proyecto diseñado para hacerlos realidad, que se completará con la creación de institutos públicos, acercando el bachillerato a sectores de la sociedad tradicionalmente apartados de este por su carácter elitista; y con una universidad dónde, por fin, la libertad de cátedra será realidad, configurando un espacio de enseñanza superior científica y no dogmático.
Entre l’entusiasme i l’obstruccionisme: la realitat de l’escola valenciana durant la Segona República (1931-1939)
M. del Carmen Agulló Díaz
Los institutos obreros, un ensayo de innovación pedagógica y de socialización política
Juan Manuel Fernández Soria